Se ha dicho mucho, y se dirá, sobre las circunstancias en que se ha editado Sumisión, la última novela de Michel Houellebecq. Sobre su coincidencia con el atentado contra la revista Charlie-Hebdo, en París, en el que murió un íntimo amigo del escritor, el economista Bernard Maris. Se ha escrito mucho, y se escribirá, sobre el carácter profético de esta novela, que plantea la llegada al poder en 2022, en la orgullosa Francia republicana, de un partido islamista. ¿Vamos camino de contemplar las calles de las capitales europeas cubiertas por velos de satén?
Pero eso es quincalla, farfolla. Lo que no sé si se dirá mucho, en las críticas que se hagan a Sumisión ahora que llega a las librerías españolas de la mano de Anagrama, es que es una muy mala novela, impropia de Houellebecq, uno de los grandes de la literatura contemporánea, al que el personaje que ha creado de sí mismo comienza a pesarle. Como casi ha desaparecido de la prensa cultural el análisis de los textos, y los comentarios críticos acaban circunscribiéndose a las circunstancias externas a los libros, y no a los libros mismos y a lo que contienen entre sus cubiertas, creo importante destacar que analizar la estructura de Sumisión, su trama, el modo ineficaz, torpe y aburrido en que intenta dar vida a esa profecía islámica, evidencia su inesperada mediocridad.
Lo peor que podría ocurrirle a una novela que parte de un presupuesto tan audaz como el triunfo de un partido islamista en Francia, en las presidenciales de 2022, es que su desarrollo embarranque en un mecanicismo aburrido. Si Philip Roth entendía con acierto, en una novela también muy criticada, La conjura contra América, que para reconstruir un pasado alternativo era preciso no alejarse de los mimbres narrativos de una novela, para inventar un futuro próximo es igualmente importante que lo que se quiere contar al lector sea creíble, tenga visos de ser materia viva, y no la colección de capítulos embrollados de una novela de tesis que acaba con la conclusión ridícula de que, en unos años, será interesante convertirse al Islam -si eres hombre- porque podrás disfrutar de la poligamia. «Chacune de ces filles, aussi soit-elle, se sentirait heureuse et fière d’être choisi par moi, et honorée de partager ma couche; et je parviendrais, de mon côte, à les aimer.» Pero lo que François, el profesor universitario que protagoniza la novela, especialista en Huysmann, escritor decadentista y converso al catolicismo, entiende por amar es tener a disposición de su polla un chatte que «elle pouvait contracter à volonté». Por contraste, parece ofensivo que se acuse a Philip Roth de misógino, porque ¿qué calificativo buscar entonces para Houellebecq? El modo en que se habla en Sumisión de las mujeres es reaccionario, ultraderechista y ofensivo. Si en realidad se trata al Islam con respeto ideológico, mostrándolo como una alternativa lógica para una Europa exánime, hundida en su propia decadencia, no se concede esa mínima posibilidad a la mujer, cosificada y convertida en un agujero andante, receptor de la sexualidad del hombre. Al mes y pico de que Mohammed Ben Abbes se convierta en el presidente de la República, François descubre que el islamismo se ha hecho con el control de las costumbres sociales al ver las calles llenas de mujeres vistiendo blusas muy largas, que ¡impiden que se les vean los culos! En última instancia, a eso se reduce la toma del poder por el islamismo moderado -Houellebecq, y es lo más inteligente de la obra, se esfuerza por mostrar que esa nueva sociedad islamista se haría sin violencia directa-: uno no podrá ir por la calle mirando el culo de las tías. El paro baja con rapidez, gracias a una medida portentosamente inteligente: se saca a las mujeres del mercado de trabajo. Sólo un personaje -y escritor- de derechas, para el que las mujeres no pintan absolutamente nada, puede narrar esto, sin plantearse mínimamente la verosimilitud de tal medida. Porque lo sorprendente es la rápida aceptación por la sociedad francesa de esas medidas. Claro está, supongo que la mente de Houellebecq no repara demasiado en la resistencia que las francesas podrían plantear ante algo así. Para su François, tras el largo parlamento del ministro Rediger en favor del Islam, la triste conclusión es que esa religión tiene una gran ventaja: «tener una esposa de 40 años para la cocina y una de 15 años para otras cosas…»
Depuis que le nouveau régime islamique avait fait évoluer l’habillement féminin vers davantage de décence, je sentais peu à peu mes impulsions s’apaiser, je passais parfois des journées entières sans y songer.
Muy grosero, n’est-ce pas? En muchos momentos, el personaje de Houellebecq, preocupado por el avance de sus dolemas físicas: sus hongos, sus hemorroides, recuerda al que Woody Allen dibujó en sus películas. Alguien enclenque y ruinoso que, por no se sabe qué misteriosa razón que no sea la simple voluntad de los santos cojones de su ególatra creador, se acuesta con las chicas más fantásticas del lugar. Alguien incapaz de mostrar amor o pronunciar siquiera un diálogo irónico o agudo, alguien destinado al suicidio o la consunción, pero elegido como compañero de cama por numerosas alumnas jóvenes. La fantasía erótica del decadente macho alfa europeo. Ese personaje prototípico -que uno intuye demasiado cercano al propio Houellebecq- resultaba fascinante en sus primeras novelas, en Las partículas elementales o en Plataforma, pero se ha vuelto repetitivo y cansino, como el cuñado que año tras año llega a las fiestas familiares con los mismos chistes. Su protagonista es un personaje autista y sin la menor capacidad de empatía, y Houellebecq ha creado para él una Francia amoldada a su propio autismo e intereses, sin convulsiones internas ni resistencias de ningún tipo.
Al comparar el nihilismo sexual y el pesimismo radical de Houellebecq con el humanismo lúcido y el pesimismo también poderoso de Michael Haneke o con el divertidísimo delirio destructor de Thomas Bernhard, mostrado con un dominio rítmico apabullante de la lengua, el francés queda en mal lugar. No es un estilista, y «le mot d’humanisme me donnait légèrement envie de vomir». Conforme me hago viejo, me carga cada vez más este discurso aparentemente provocador, muy derechista en realidad, que además se disfraza de crítica radical a la sociedad contemporánea. Su nihilista François no vota en esas elecciones presidenciales de 2022, aunque hay un tufo de disculpa hacia la Francia que vota al Frente Nacional. Las referencias a este partido desaparecen de la narración apenas los ismalistas han llegado al poder, apoyados por el Partido Socialista y la UPM. François preferiría el FN, pero esa necesidad de sumisión, esa necesidad de creencias y ritos que detecta en la derrumbada sociedad europea, hace que no tarde en ver las ventajas de la poligamia islamista. Postura utilitarista y práctica, que es la que según Houellebecq tomará el conjunto de la sociedad francesa. Obviemos los problemas del islamismo, parece decir, puesto que el nuevo sistema político es capaz de bajar el paro, la violencia disminuye y los islamistas, al contrario que la iglesia católica, son capaces de «enfrentarse a la decadencia de las costumbres». Bajo Sumisión, late un mensaje profundamente derechista.
Houellebecq quiere que lleguemos, y abracemos, unas determinadas conclusiones, aunque el recorrido narrativo que lleva hasta ellas esté trufado por inconsistencias y presupuestos ciertamente inverosímiles, algo que no puede perdonársele a una novela anticipatoria. La Francia de la novela ha reelegido al lamentable Hollande en 2017, gracias a que el Frente Nacional ha llegado a la segunda vuelta y la población ha optado por el «mal menor». Sólo cinco años después, el candidato de la Federación Musulmana logra el 22,3 % de los votos, y el acceso a la segunda vuelta junto al partido ultra, con pocas décimas por encima del Partido Socialista. Pero Houellebecq no explica cómo Francia llega hasta aquí en solo cinco años -para otras cosas, el futuro que imagina es más inmovilista: el 2022 es demasiado parecido a este, el Nissan Pajero (aquí Montero) ni siquiera ha cambiado de nombre-. ¿Cómo las mujeres francesas llegan a dar su apoyo a un partido islamista? ¡Ah, perdón, olvidaba que para Houellebecq las mujeres no existen y que, por tanto, no hay que contar con esa variable! Las cuentas le salen al escritor porque él quiere que le salgan, pero no hay una dinámica interna en la novela que las haga creíbles. Y para que un personaje como François sea creíble, como lo eran los de sus primeras novelas, el mundo que lo rodee tiene que ser preciso y detallado. Toda la novela es un canto a la pérdida de poder del macho, y no es casualidad que la novela acabe con esa invocación de la nueva oportunidad que, al igual que su padre al separarse de su madre, «esa vieja puta», para irse con una mujer joven, se le ofrece a François para alargar su vida sexual más allá de la decadencia y el declive.
En comparación con eso, el mecanicismo con el que se desarrollan las escenas, y que acaba por conducir la novela al aburrimiento, se esfuerza con dificultades por reconstruir la nueva sociedad islámica. En los días de las elecciones, la narración se convierte en un diario, aunque el tono no cambia en absoluto, y muchos de sus capítulos empiezan repetitivamente del mismo modo: «Al día siguiente me desperté», «Salí de casa y fui a ver a…». François se cruza con personajes que, como en las novelas moralistas, representan distintos modos de ver la realidad: el profesor universitario trepa, el tipo al que nombran jefe de las universidades, y luego ministro, un agente del servicio de inteligencia francesa, que sin venir a cuento, apenas lo conoce, le suelta a François todos los informes secretos de que disponen sobre el futuro de los acontecimientos. Cada uno de sus interlocutores suelta su rollo y desaparece. Muy grosero, de nuevo. Las interrelaciones entre los personajes no existen. Más bien son bustos parlantes. Todo se vuelve demasiado normal, todo cae en una desmayada rutina. Rediger, el ideólogo y proselitista islámico, defiende la falta de sentido del ateísmo, y da por acabado el proyecto fascista o cristiano para la sociedad, lo que abre de par en par el paso a la reconquista de Europa por el Islam, sin que ahora haya un Poitiers que los detenga. Falta patriotismo. Los europeos actuales son incapaces de luchar por mantener las esencias de su país, como los de los versos de Péguy: «Heureux ceux qui sont morts pour quatre coins de terre». Pero cuando se describen los planes de unión de los países mediterráneos, frente a la Europa insolidaria del Norte, se habla de Argelia, Libia, Túnez o Marruecos, países unidos a Francia e introducidos en la Unión Europea en un plazo ridículamente rápido para los estándares de Bruselas. No se menciona, por supuesto, a los países que, como España, Italia o Grecia, forman parte de ese espacio, como si el escritor no supiera qué hacer con cualquier elemento que no se ajuste a sus intereses previos. Pero, además, cuando Rediger le narra el momento de su conversión mental al Islam, este ocurre en Bruselas, tras ver el personaje cómo el hotel Métropole, cuyo bar frecuentaba, cierra sus puertas, en pleno corazón de la capital de Europa.
Oui, cèst à ce momento-là que j’ai compris: l’Europe avait déjà accompli son suicide.
Como justificación de la necesidad ideológica de una nueva invasión musulmana el motivo es bastante pobre. El Islam, lo islámico, el ateísmo, las mujeres, los niños, las madres y los padres, los otros seres humanos de Europa que no sean él mismo, son vistos por François como algo muy lejano, algo que se mueve en bloque, que late en bloque, sin perfiles ni detalles, sin matices, y lo que se describe en la novela son movimientos políticos a los que no se pone cara, y mujeres de las que se pierde de vista su culo. François aprecia las ventajas que concede la poligamia islámica, al permitir acostarse con niñas de quince años. Todo lo demás ocurre en despachos en los que no entramos, algo muy esquemático para describir un nuevo mundo. Más bien, parece que Houellebecq siente, como cualquier europeo, la convulsión de una época nueva que nos cerca y que es cercana. Pero Houellebecq, en Sumisión, ante ese tiempo inquietante y vertiginoso pero también prometedor, en el que incluso lo que él imagina podría ocurrir, se comporta como un loco que se arranca los pelos a manojos, sin dejar de gritar, porque la sopa se la han servido fría, la piorrea está acabando con sus dientes y la pija ya no se le empina.
Soumission – Michel Houellebecq – Flammarion.
Edición española: Editorial Anagrama.
Foto de M. Houellebecq: Le Monde.
Xman
He terminado el libro y me he quedado igual.
En esta novela todo pasa «porque si».
Los cambios políticos, culturales, sociales ocurren de un dia para otro … y son aceptados sin mas?? Se debe suponer que la sociedad acepta cualquier imposición y no hay ninguna resistencia ??
Las mujeres tienen alguna voluntad? son seres inteligentes?
Diego Valor
Y encima nos la cuela mezclando astronomía-cosmología con religión, ¿acaso Houellebecq no ha leido a Stephen Hawking o a algún físico cuántico?¿ni siquiera a Galileo? ¿un intelectual del sXXI no conoce la diferencia entre ciencia y fe?
opensoc
Imposible de leer la traducción española fuera de España. Malísima. No existe un castellano neutro, hecho de palabras compartibles con el léxico del resto de los hispano hablantes de America Latina ??
Carlos
Es verdad: parece que Anagrama escribe solo para el público Ibérico-Español. Tuve en mis manos una novela de Frederic Beigbeder (otro francés) de título ‘El amor dura tres años’. La leí con muchísima dificultad, apelando al diccionario de lunfardo de España (de Google) para poder entender muchas frases y hasta párrafos enteros. Muy malas traducciones, ojalá mejoren eso. ¿Sabes si hay una edición de esta novela de Houellebecq en español de otra editorial y menos sufrida? Saludos.
Mariaje Ruiz
Gracias, estaba cansada de leer lo «maravilloso» que resulta este libro. A mí me parece que está mal construido y que contiene tantos pasajes innecesarios que me sobran al menos tres cuartas partes del libro. Podía haber sido un gran libro si se le hubiera dado el enfoque adecuado, pero creo que se ha quedado en pretensiones y se enreda en rollos sexuales y devaneos que no ayudan a llegar al meollo del asunto.