
¿En qué se parece la infancia a una novela?
En que, de adulto, necesitas una estructura para contarla y en que, la cuentes como la cuentes, nunca dejarás de mentir. Cuando éramos niños, nos contábamos mentirijillas -¿los niños de ahora han arrumbado esa palabra o la siguen utilizando?-. Al crecer, la mayoría íntegra la mentira en su vida como parte de su verdad. Otros nos hacemos escritores y hacemos de la ordenación de la mentira signo y sentido.
Quienes hemos leído todos los libros de Juanma Gil hemos reconocido en Trigo limpio su voz personal, en la que el humor tierno y coloquial juega armoniosamente con el amor por estructuras intrincadas, pero narradas con levedad. Trigo limpio es, en cierto modo, el punto de llegada y perfeccionamiento de la voz que ha ido construyendo en sus libros anteriores, desde Inopia (2008) hasta Un hombre bajo el agua (2019), pasando incluso por Mi padre y yo. Un western (2012). Y esa voz que se cuenta a sí misma mientras parece que nos habla a nosotros está obsesionada por reconstruir esos momentos de la infancia a los que otorgamos una importancia mítica, porque son nuestros y podemos recordarlos sin que nadie nos imponga cómo tienen que ser. Así restituye a la infancia su condición de libre. Esa voz sabe que un recuerdo se puede modificar indefinidamente y que, si nos apoyamos en la narrativa adecuada, todas las formas de contarlo pueden ser interesantes.
Volvíamos de pasar una larguísima tarde en la playa. Ya no existen esas tardes, por cierto. Se extinguieron del mismo modo que lo hicieron los descampados; lentamente, sin que nadie advirtiera esa desgracia. Volvíamos de pasar una de esas tardes en la playa, retomo.
Sus apoyos son el humor, los diálogos ágiles y cercanos, el amor a la literatura como modo de salvación -o, al menos, de cobijo-, la protección disparatada de la familia y la niñez como el territorio en el que, mediante las pandillas, ensayamos el concepto de comunidad. Como paisano de Juanma, esta novela me ha traído muchos recuerdos infantiles de un paisaje compartido: ese aeropuerto almeriense previo a su modernización, que arrasó los terrenos aledaños, con eucaliptos perfectos para tomar a su sombra unas tortillas domingueras. Eran los lugares de juego -el colegio derruido, los pasadizos para llegar hasta la playa, las torres defensivas- destruidos por la ampliación del aeropuerto, metáfora perfecta del destrozo natural que el tiempo acomete con lo que vivimos de niños.
El paisaje es el Alquián, un barrio junto a Almería, y el aeropuerto -el método más rápido y más caro para salir de aquí-, pero no es una de esas novelas que detalla con coordenadas descriptivas la narración; al contrario, la novela sucede en ese lugar ficticio de la memoria en el que hay un mapa fabuloso del aeropuerto de la infancia, donde un niño, corriendo tras un balón con la fuerza de un gigante, podía parar el tráfico aéreo: el lugar de todas las exageraciones y de todos los afectos.
A Juanma Gil le interesan los misterios sin culpables. Seguimos la investigación de sus personajes y nos ponemos de su parte cuando descubren que por muchos modos que tenga una historia de contarse, es imposible encontrar con exactitud el origen de las culpas, de ciertos miedos, de venganzas infantiles, del dolor que no supimos ver aunque lo tuviéramos a un palmo de distancia. Es imposible contar una historia linealmente porque si el objeto libro necesita la línea para existir, la narración siempre ha sido un tributo a la curva y el vericueto. Por eso Trigo limpio es un homenaje feliz a lo benéfico de la literatura: su capacidad de aferrarnos al presente, mediante la lectura, mientras narra esa materia inflamable, imprecisa y volátil, que es la infancia.
Trigo limpio-Juan Manuel Gil- Editorial Seix Barral