La escritura de Construyendo Babel, de Hilario J. Rodríguez, que acaba de publicar la editorial Contraseña, se ha demorado durante casi veinte años, prácticamente el tiempo que llevamos de siglo. A lo largo de ese tiempo nosotros hemos cambiado tanto como el mundo, si no más que él. Nos hemos vuelto turbulentos e imprecisos, conforme la época se adornaba con una confusión pareja a la que ha anidado en nuestras mentes. La literatura es ahora más necesaria de lo que nunca lo ha sido en la historia, así que los lectores no dejarán de crecer, porque el ser humano tiende a investigar en todo aquello que le prometa soluciones para su esperanza quebradiza y sus inquietudes agobiantes. Los libros, a pesar de los agoreros, serán inquebrantables. Los escritores, los mejores y más aventureros de ellos, persistirán en su profesión de guías aguerridos pero frágiles que portan el candil a la entrada de la cueva o de la pirámide.
Hilario J. Rodríguez se ha ido adentrando en esa pirámide —así llama él a su libro, podría llamarlo casa gótica, palacio brumoso o bosque encantado, pues en él conviven climas y relatos diversos— desde la vieja edición de este libro, en un tiempo y una editorial que ya no existen, y ha ido reconstruyendo su monumento personal, forjado con las lecturas elegidas y vivencias azarosas que a lo largo de los años lo han moldeado tanto como él ha moldeado lo vivido y leído y escrito, pues esa es una idea central del libro: estamos hechos de lo azaroso tanto como construimos la narrativa de nuestra vida. Ahora que he leído la obra reconstruida como leí entonces la primera versión publicada en 2004 —el Babel de aquel tiempo frente al Babel de este tiempo— he pensado mucho, durante su lectura, en el enigmático proceso de escritura de un libro, que no acabaría nunca si no eligiéramos un punto final para el proyecto. Construyendo Babel nos muestra las evoluciones de un pensamiento, las transformaciones de un texto, el enriquecimiento de una idea, pues el escritor que publicó esa primera edición era un crítico cinematográfico al que leíamos con atención y disfrute sus textos en los que violentaba los límites usuales de las críticas sobre cine para escribir en ellas sobre literatura, arte, música; cultura, en definitiva. Aquel libro hermoso se quería también fundacional para su autor: a partir de su publicación, el narrador acompañaría al crítico y, con la lentitud con la que suceden las cosas bellas, terminaría por reinar sobre él. En la vieja versión de este blog en Blogger, hoy clausurada, escribí sobre Mapa mudo o El otro mundo, por ejemplo, jalones de un camino coherente que hasta ahora culminaba otro libro afortunado publicado el año pasado, Las desapariciónes, en Newcastle Ediciones.
A pesar de la desidia con la que se reúnen bajo la etiqueta autoficción diversas manifestaciones de la literatura contemporánea que son, más bien, formas evolucionadas de la literatura personal o autobiográfica, con sus matices, Construyendo Babel pertenece a ese espacio tan resbaladizo como mítico en el que el escritor elabora una reflexión sobre la literatura en la que la posición del escritor/personaje funciona como pilar constructivo. Admirador eterno de Sebald y de otros muchos de su estirpe, Hilario J. Rodríguez narra sus lecturas en paralelo a la fábula de su vida. No sabemos cuántas de sus narraciones —que hablan de sus padres o de sus hermanos o de sus amigos— son ciertas o hasta qué punto mienten a partir de la realidad, porque el libro es una narración que reflexiona sobre la vida de un personaje como contrapunto a la narración de sus lecturas. El personaje se llama como el autor, con muchas características personales que son suyas, con hechos biográficos contrastables que le ocurrieron pero con otros muchos tan fabulosos o increíbles que parecen ciertos, pues lo son respecto de Babel aunque sean falsos respecto de su autor. Si la narración de algo que no ocurrió es creíble dentro de la pirámide, dentro del libro, la debemos dar por visiblemente cierta, desbordando la idea restrictiva de la realidad como una sucesión de documentos notariales o burocráticos sobre los que gravita una dación de fe.
«Esa es mi idea de la literatura: la de los libros que dan forma a su propio género, la de los libros que no fundan una única memoria porque cada lector combina sus elementos de una forma distinta y los entiende a su manera», afirma en «Construyendo Babel 2023», el texto completamente nuevo que luce liminar, a la entrada de la pirámide.
Porque Hilario J. Rodríguez no se ha limitado a limpiar de erratas y a evitar algunas repeticiones en esta nueva edición, como suele ocurrir. En ese trabajo de perfeccionamiento del libro que dura veinte años muchos pequeños y grandes detalles han cambiado. Hay desapariciones misteriosas de algunos capítulos, como los segmentos dedicados a obras de Nathanael West, Fritz Zorn, Hermann Ungar o Unica Zurn, en este caso tal vez porque la idea del olvido sobre esta autora que gravitaba sobre el texto se ha debilitado en estos veinte años, pero también han aparecido nuevas referencias y detalles y libros que no existían en aquel tiempo, que no eran realidad ni ficción aún. Cambian las citas, Drummond de Andrade sustituye a Italo Calvino, se refiere el pensamiento de Michel de Certeau, al que probablemente su autor no había leído en aquel tiempo, o el revelador hallazgo de un texto escrito por su padre se mantiene pero no así el título del texto, que muta de Sobre las últimas cosas a Construyendo Babel, porque lo simbólico no es algo inesperado, sino la conclusión de una búsqueda, que encuentra su sentido final.
De esa artesanía de la memoria se valen los escritores: moldean, ajustan, revocan, atrapan en el ámbar y a la vez lo perforan para hacer dibujos en él.
Un texto sobre la publicación de Nótulas, del solitario Cristóbal Serra, se transforma, merced a esa artesanía emocional, en un magnífico texto sobre la relación extremadamente difícil del autor con su padre, sobre el grabado de Escher que supone ser padre y sentirse hijo, y alcanzar a entender algo tarde algunos significados del mundo —aunque siempre ocurra a tiempo—, solo cuando el padre ha muerto y la historia que es toda relación paternofilial se abre a un nuevo capítulo.
Otro texto, sobre el libro La vergüenza, de Annie Ernaux, ya incluido en la edición de 2004, demuestra no solo la filiación literaria de Construyendo Babel, sino también la lectura temprana y atenta de la reciente premio Nobel, pero sobre todo resulta en un conciso y profundo análisis del sentido de la obra de la escritora francesa y explicación transparente de su opción narrativa: su educación fue castrante lingüisticamente, lo que le hizo aceptar que nunca conocería «el encanto de las metáforas, el júbilo del estilo».
Hay un nuevo capítulo sobre Mary Ann Clark Bremer, la autora de Una biblioteca de verano, en el que con perspicacia se insinúa que la autora de varios libros publicados por la editorial Periférica es un apócrifo, juego editorial sobre el que no he encontrado referencia alguna en internet, pese a lo sencillo que es comprobar que en las páginas en inglés de la Red no existe esta autora norteamericana. Esto nos demuestra lo fácil que es crear una bella mentira, pero también lo poco que se lee con la pasión y el interés que los libros merecen, tal y como hace Hilario J. Rodríguez, que a continuación introduce un nuevo texto sobre Henri Simon Leprince, en el que profundiza en la biografía que Bolaño únicamente trazó para ese personaje imaginario en el cuento de Llamadas telefónicas. El Henri Simon Leprince de Construyendo Babel se vio privado del premio Goncourt por culpa de la denuncia de un alcalde rural, dado que unas páginas de su novela habían sido publicadas por su ayuntamiento, al merecer tiempo antes un accésit sin dotación económica en un concurso organizado por el pueblo. Sus libros «regresaron al almacén de la editorial periférica que lo había publicado», guiño alusivo a la editorial española de la misteriosa Clark Bremer.
¿El Leprince de Rodríguez es el mismo que el de Bolaño? ¿Qué los une, más allá de ese nombre falso que los hace reales? Lo libresco se hace auténtico. En internet encontramos la referencia de otro Henri-Simon Leprince (1793-1868), que fue bibliotecario de la biblioteca municipal de Versalles, que podría ser y no ser el Leprince de Bolaño y de J. Rodríguez.
¿Los amigos, las hermanas, los padres del Hilario J. Rodríguez personaje son los mismos del Hilario J. Rodríguez autor? Como en el caso de Leprince, lo son y no lo son, porque lo único relevante es la construcción de la narración, con elementos contemporáneos, que son nuevos pero que, por otro lado, ya forman parte de la tradición literaria a partir de la que escribimos hoy. Y en ese modo de narrar nuevas novelas y de inventar nuevas vidas para los personajes, los libros son fundamentales, la atalaya necesaria desde la que entender qué queremos hacer con nuestra vida y con nuestras narraciones, como esta de Construyendo Babel, que acaba y empieza de nuevo.
«Gracias a los libros me he librado de ser yo mismo; poco a poco me han ido transformando en un núcleo que se expande. Cada lectura es una constatación de que solo no habría sido gran cosa».
Construyendo Babel – Hilario J. Rodríguez – Editorial Contraseña
(Con Vivre vite, Brigitte Giraud ha sido galardonada hoy con el premio Goncourt. Poco conocida en España, la editorial Contraseña publicó alguno de sus libros. La novela del Goncourt está bastante relacionada con Ahora, por eso recupero aquí el texto de la reseña que publiqué sobre ella el 19 de mayo de 2014 en la anterior página que alojaba este blog) Hay libros que destacan porque transmiten al lector una experiencia; otros nos mueven a compartirla, nos hacen partícipes de … Leer más
Hemos jugado tanto con el género del relato, entre decálogos, propuestas y chispeantes ingenios de lo más variado, sobre la ola de sus momentos de mayor difusión o bajo la sombra de los recurrentes períodos de cierto opacamiento, que ya se nos hace difícil identificar la guía de las tendencias actuales o un estilo preponderante. No creo que exista este; hay tantas tendencias diversas de libros de relatos que, en realidad, no hay tendencia. Esta pluralidad es sana, pero intuyo … Leer más
Mi simpatía hacia Thomas de Quincey es enorme. Sus libros me supusieron un descubrimiento cuando era muy joven. Leí, con poco más de veinte años, los pocos títulos suyos que circulaban en ese momento, editados en la colección de bolsillo de Alianza, con las traducciones, ya clásicas, del peruano Luis Loayza. Desde entonces cada uno de sus libros me ha regalado horas de gozo lector, al tiempo que les reconozco una gran influencia en mi modo de entender la literatura, … Leer más
El libro se ha hecho materia, objeto. Ya puedo tocarlo. Acabo de tenerlo entre las manos. Estoy deseando que podáis leerlo. En los primeros días de junio llegará a las librerías. Ahora comienza la ardua tarea de que llegue a sus lectores, apabullados por mil estímulos y centenares de libros.Para mí «Aposento» es un libro muy personal, en el que he jugado con la estructura, como en mis novelas anteriores. Es una novela abierta, tal y como concibo la novela, … Leer más
Al cabo del tiempo, visto lo visto, me he convencido de que hay diversos tipos de escritores, lo que es una de esas obviedades que te pueden sorprender. Hay escritores que no son grandes lectores, y que más bien vuelcan todas sus energías en la confección y difusión de su obra. Hay otros que sí leen con pasión, pero establecen una línea gruesa y nítida entre sus lecturas y el contenido de sus obras, sin contaminación mutua. Otros, por último, … Leer más
¿En qué se parece la infancia a una novela? En que, de adulto, necesitas una estructura para contarla y en que, la cuentes como la cuentes, nunca dejarás de mentir. Cuando éramos niños, nos contábamos mentirijillas -¿los niños de ahora han arrumbado esa palabra o la siguen utilizando?-. Al crecer, la mayoría íntegra la mentira en su vida como parte de su verdad. Otros nos hacemos escritores y hacemos de la ordenación de la mentira signo y sentido. Quienes hemos … Leer más