
Hemos jugado tanto con el género del relato, entre decálogos, propuestas y chispeantes ingenios de lo más variado, sobre la ola de sus momentos de mayor difusión o bajo la sombra de los recurrentes períodos de cierto opacamiento, que ya se nos hace difícil identificar la guía de las tendencias actuales o un estilo preponderante. No creo que exista este; hay tantas tendencias diversas de libros de relatos que, en realidad, no hay tendencia. Esta pluralidad es sana, pero intuyo que también conlleva que en el relato de la última década no haya un estilo literario o estética que destaque sobre el resto, sino un conjunto de colecciones de relatos que se publican en ese contexto de rica, y también desconcertada, diversidad. Es difícil encontar nexos entre ellos, ni falta que hace.
Entre tantas posibilidades espléndidas que ofrece el género, la gran tradición del relato del siglo XX, de Chéjov a Lispector, se centra en identificar dentro de una narración ese momento fugaz, impreciso y luminoso, en el que las cosas cambian, toman otro camino, se adentran en la pérdida o la iluminación. Los relatos sirven como un tipo de detectores de terremotos existenciales. Poseen una capacidad inaudita para mostrarnos con agudeza lo pequeño y, dentro de lo pequeño, el movimiento vital, lo que pasa y transforma, el deslizamiento del ser.
Los cuentos de Guía de pasos perdidos (Páginas de Espuma), de Javier Vela (Madrid, 1981), recorren este venero noble. Once cuentos en los que su mirada cotidiana y la exactitud lírica del lenguaje envuelven el regalo de esos instantes bendecidos —o malditos— en que tomamos conciencia de que la niñez se ha esfumado definitivamente o que la vida se acaba, sin terminar de entregar los premios que anunciaba. Los momentos decisivos en que tomamos el camino del mar adentro, como el personaje de «Cuento del pescador», una historia con ecos de El viejo y el mar que le habría gustado a Aldecoa. Los brazos abiertos de una niña, dispuestos a coger un crucifijo, para romper del todo con el pasado histórico e inaugurar el futuro, en el cuento que abre la colección, «La crucecita». La identificación, durante el paseo nocturno de un niño, del «lugar mismo en que su infancia está teniendo lugar», en «Fabio». Lo mismo le ocurre al niño de «Sirenas» cuando es descubierto en falta: «viendo cómo mi infancia se alejaba para ya no volver». O a la narradora de «Estás de suerte, Quim», que sobrevive a un accidente absurdo y asiste a la unión de lo fantasmagórico y la realidad en el mismo plano existencial: «De nuevo estamos juntas y solas en un repliegue de tiempo bajo el que nuestra vida sigue intacta».
Los personajes del libro están desubicados. Mientras observan lo que les pasa se sienten fuera de ángulo, expulsados de su época o de su casa, o en transición de la niñez o la primera juventud a una forma imprecisa de madurez, o de esta hacia los inacabables periplos de la vejez y el acabamiento. De hecho, los seis primeros cuentos siguen cierta hilazón de una cronología vital, desde la niña de tres años de «La crucecita» a la mujer desahuciada de «Una historia de América». En los cinco cuentos restantes se narran historias que, en su mayoría, mezclan la visión en paralelo de la juventud más o menos escacharrada y la vida más o menos cumplida de los mayores, lo que culmina en el cuento «Guía de pasos perdidos», que seduce con muy pocos elementos, como los mejores relatos. Este cuento final, por cierto, con su poético retrato gaditano, me ha traído el recuerdo de Fernando Quiñones. Vela retrata el mundo andaluz de la costa de Cádiz con espléndida precisión y una mirada muy atenta al lenguaje.
La casualidad ha hecho que cuando me llegó Guía de pasos perdidos estaba terminando de leer el anterior libro de Javier Vela, Revelaciones de la maestra del arco, editado el año pasado en Pre-Textos, un precioso libro híbrido, homenaje Zuihitsu a la cultura y el pensamiento japonés, espiritual, aforístico y apócrifo según sus tramos. En uno de los diálogos entre la maestra del arco, Naoko, y su discípula Hitomi, tras preguntarle esta qué límites tenía que poner a la hora de competir como arquera, la maestra le responde:
—Para vencer no compitas. Para obtener respuestas, no preguntes.
En Guía de pasos perdidos, el reverso mediterráneo de ese otro libro, tan distinto, Javier Vela ha seguido el apotegma de su personaje japonés, que le viene al pelo al arte, también templado y bastante sintoísta, del relato corto.
Guía de pasos perdidos – Javier Vela – Editorial Páginas de Espuma