Telón de boca – Juan Goytisolo

Publicado en: Blog, Literatura, Novela

telón de boca

(Artículo publicado el 23 de enero de 2007)

En una entrada anterior, mencionaba a Goytisolo como uno de los merecedores del Cervantes, lo que despertó sanas opiniones encontradas. Goytisolo siempre ha sido así, y nunca ha dejado indiferente a nadie. Justo es decir que él ha trabajado a conciencia ese aspecto polémico de su obra. Su figura despierta pasiones y rechazos paralelos y de parecida intensidad. En Almería, pongo un ejemplo, sobre la que escribió dos libros fundamentales en la narrativa social y de viajes, Campos de Nijar y La Chanca, fue nombrado hijo predilecto por el municipio de Níjar y persona non grata por el de El Ejido. Su naturaleza ha sido siempre el ir a la contra, el zarandear conciencias, lo que le ha cubierto con esa pátina un poco molesta del intelectual con birrete de tal, y ha dispersado y a veces ha puesto en segunda fila su obra puramente creadora. Sus libros de denuncia contra la situación de las guerras en Chechenia, Bosnia o los inmigrantes en El Ejido le han convertido en una figura comprometida necesaria -también ha ejercido un papel de gran santón dirimidor del bien y del mal- que, repito, ha jugado a la contra de sus novelas. Incluso su opción estética, con un lenguaje imprecativo, a veces retórico, nunca «bello» o puramente «literario», ha hecho que nuevas generaciones de lectores no vean en él al autor de Señas de identidad o Coto vedado, sino a un escritor que juega el papel de mosca cojonera que tan bien desempeñó Bernhard, o ahora Handke o Saramago, desde posiciones diametralmente opuestas.

También yo, que leí en su momento muchas de sus obras con gran interés, me vi tocado por ese ánimo de «dejá vu» al acercarme a sus últimos libros, y confieso que no esperaba encontrarme, al leer esta navidad Telón de boca, con una obra maestra.

Telón de boca es una nouvelle de apenas cien páginas esenciales y directas, sin circunloquios, que pertenece a ese género tan noble de los libros testamentarios, esas obras en las que el autor se enfrenta a la idea de la muerte, y a la cercanía de su propio acabamiento. Género en el que hay cumbres novelísticas como La muerte de Iván Ilitch, o Fresas Salvajes, de Bergman, por hablar de un equivalente cinematográfico. En Telón de boca el autor se reconoce en su nueva situación de viudo, y rememora a quien fue durante muchos años su mujer -Monique Lange, en el caso de Goytisolo-. Los capítulos, de apenas dos páginas cada uno, son un esfuerzo diario por asumir la desaparición del ser querido, al tiempo que se procura entender la relación que lo unió a ella, y su nuevo lugar en el mundo, cuando el declive es patente. La memoria funciona como filtro que marca simetrías insospechadas, y estas dibujan un camino de vuelta circular, desde la vejez a la infancia, donde la cultura aparece como insuficiente para llenar el hueco vital, la palpitación de tanta ausencia.

El referente literario que Goytisolo utiliza como modelo es Tolstoi, aunque yo he recordado mucho el último libro que escribió el norteamericano Harold Brodkey, Esta salvaje oscuridad, en el que relataba con una franqueza dolorosa su lucha y derrota ante el sida, enfermedad por la que fallecería poco después. Son ese tipo de libros que sólo grandes artistas llegan a escribir, en el sentido de que precisan de una claridad de ideas, de una búsqueda de la imagen esencial que no está al alcance de un escritor que desarrolle una carrera literaria en plenitud, sino simplemente de alguien que se enfrenta al final, que ha logrado para sí esa visión libre y despejada que da la ironía, los años, la cercanía de la enfermedad o la muerte. Telón de boca es así, y Goytisolo la ha escrito con una gran sinceridad y con la sensación de que no era el Goytisolo que se propugnaba figura pública, interviniente, sino simplemente el escritor con el dominio de las técnicas de su arte y el rechazo de casi todas ellas para escribir una historia que se asemeja a una imagen abstracta de Rothko. Tangencial pero al tiempo directa, y en la que los grandes temas están claros pero los elementos que mueven los mecanismos de la memoria son en cambio ambiguos y profundos.

El escritor se atreve incluso -buscando una salida a su situación depresiva- a reafirmarse en un optimismo vital que se sustenta en el enfrentamiento con un Dios particular, un Dios especular, a la medida de los hombres y con sus mismos vicios y crueldades, un Dios ególatra y vengativo, es decir, humano. Con ese Dios, el narrador mantendrá un diálogo unamuniano que da lugar a algunas de las mejores páginas del libro, salvando un desafío técnico que habría llevado a muchos escritores al ridículo.

Yo fui inventado a lo largo de milenios de querellas bizantinas y dejaré de existir el día en que el último de tus semejantes cese de creer en mí.

Tiene gracia que Goytisolo escriba su última novela -según declaraciones propias, no escribirá más narrativa- dialogando con ese Dios que, de un modo u otro, siempre negó. Pero toda sorpresa cabe en muy pocas páginas. Sé que para muchos que detesten al personaje Goytisolo estas palabras mías sonarán a viento, pero a aquellos otros que quieran acercarse a un libro especial de nuestra literatura, no puedo sino recomendárselo.

El libro de su vida carecía de argumento: sólo hallaba fragmentos de página, piezas mal encajadas o sueltas, esbozos de una posible trama. La inconsistencia de las pruebas no le permitía ninguna conclusión ni ejemplaridad. El deseo de atribuir posterior coherencia a sucesos dispersos implicaba un engaño que podía funcionar con los demás pero no consigo mismo. ¿Merecía la pena tanto esfuerzo para resultado tan magro? Se inclinaba a pensar que no. Que su conducta e ideas corrieran el riesgo de ser mal interpretadas, y de hecho lo eran, ¿tenía acaso importancia? El garabato o bosquejo torpes no podían transformarse en pulcra composición de becado de Bellas Artes. No quería ser modelo ni estatua. Su tentativa de escapar a una definición o moraleja aceptables respondía a esa voluntad. Su escritura no sembraba pistas sino borraba huellas: él no era la suma de sus libros sino la resta de ellos. Faltaba únicamente el finiquito y no tardaría en llegar.

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