Desde la cita de Unica Zürn que encabeza el libro, «Sólo el monólogo puede traducir la verdad. ¿Quién osaría revelar su secreto al otro?», La memoria del aire, de la escritora belga Caroline Lamarche, se presenta como un monólogo sobre la confesión de lo callado y sobre la forma en que un suceso, al verbalizarse, cambia el influjo que un relato ha tenido sobre nosotros.
Una mujer se topa en sueños con la imagen de una muerta. Ella misma. Le cuesta alcanzar esa imagen, a causa de «heridas mal curadas o directamente no curadas, como las que han llevado a esta mujer a la muerte». Tenemos el tema del monólogo-novela: el viaje hasta la raíz del trauma.
El recorrido tiene dos partes: en la primera, titubeante por momentos, la narradora parece desplegar una pequeña cartografía del recuerdo, en la que tiene preeminencia Deantes, un amante escritor, que ejerce el rol clásico del amor masculino romántico y que la culpabiliza al imponerse sobre ella con un viejo juego de supremacía y sumisión. Las relaciones de poder y su vencimiento a través de la literatura son temas centrales de la obra de Lamarche. A la sumisión dedicó explícitamente Carnets d’une soumise de province (2004).
Las relaciones sentimentales aparecen como un modo de atarse al otro mediante vínculos animales, de poder. «El sexo es lo único salvable de la relación con un hombre, lo único que puede justificarla.» La anonimia de los personajes no atañe solo a la condición del secreto que percute en la novela: lo que se puede o se quiere contar, lo que se callará para siempre, sino también al énfasis en la despersonalización de ese contacto íntimo, que acaba por degradarse, aunque se alterne con el amor, aunque el amor siga presente en los instantes mismos de la degradación.
«No tendría que haberme convertido, cada vez que llegaba a su casa, en aquella cosa muda colocada en el sofá tras descargar sobre mí durante una hora todo aquello que no había podido ser, que no marchaba, que no sucedería jamás.» El relato avanza no para explicar esa cosificación, sino para superarla. La protagonista nos avisa de que su pretensión es recorrer ciertos meandros hasta llegar al incidente que provocó su separación del hombre al que amó. No le importa la credibilidad de su historia; lo que quiere es narrarla, afirmarse, reconstruirse, más que explicarse.
Ese titubeo narrativo de la primera parte da paso, en la segunda, a una descripción precisa de los ritos burocráticos en el hospital y la policía que la protagonista sufre para atestiguar un episodio de malos tratos que será el detonante de la rememoración del trauma: la violación que sufrió años antes, en un paseo por el campo. La narración de ese momento es impactante, por la forma tan sencilla y a la vez tan matizada con que se transmite al lector la angustia y la violencia. Conforme narra la experiencia, el personaje se interroga sobre ella, procura entender de qué modo los detalles van modificando la percepción del suceso y, por tanto, asentando el trauma. Ese capítulo es el eje fundamental de la novela, el punto de llegada que había ido preparando desde el comienzo para articularla.
«Por lo demás, esta violación es la mía. Cada violación, como cada parto, es única y sólo pertenece a quien la ha vivido.»
Pero la literatura, finalmente, aparece como un modo de liberarse, mediante el monólogo y la escucha del sonido de la propia voz, del poder de los otros, ejercido con la violencia de la arbitrariedad. Esa apelación a la reconstrucción de sentido que aporta la narración me ha parecido lo fundamental de este libro brevísimo, elusivo, sutil, dispuesto a decir todo lo posible desde la discreción y la administración del relato, que sólo pertenece a su dueña: quien lo ha vivido.
- La memoria del aire. Caroline Lamarche. Editorial Tránsito. Traducción de Raquel Vicedo.
- Erratas detectadas: ninguna. Adquisición: compra.
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